Cuando Ana Gloria Hernández Barrera era una niña, su padre le ordenaba llevar a las crías de los perros callejeros a ahogarlos en la orilla del río. Ella los cargaba en sus pequeños brazos, los conducía hasta el lugar pero, al final, conmovida por sus tiernas miradas, terminaba por liberarlos.
Los cachorros volvían a la finca, y en ese momento su padre terminaba por cobrarle a regaños su desobediencia...